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Si bien es cierto puede concitar el irreflexivo apoyo de ciertos segmentos de la población, el apoyo de Cuauhtémoc Cárdenas al plan que propone Sheinbaum en materia de energía resulta preocupante. Sí, prende focos ámbar en el sector. El discurso es peligrosamente contradictorio y acusa ambivalencias que denotan un sesgo ideológico que pone en tela de juicio, ante la comunidad internacional, la credibilidad del gobierno mexicano en materia de transición energética.
Despojados de un vano e inútil patrioterismo, para quien someramente conozca los eventos ocurridos en marzo de 1938, es claro que Lázaro Cárdenas pudo haber sido experto en muchos temas, pero sin duda, no lo era en materia de industria petrolera, ni mucho menos, en lo que ahora se conoce como el sector energía. Se trata de un general que, por representar a la nueva generación de militares, fue apoyado por Plutarco Elías Calles, quien, equivocadamente, pensó podría continuar el proyecto político del sonorense. Por supuesto, carecía de formación empresarial e industrial. Su desconocimiento sobre la prospectiva del sector petrolero determinó el azaroso camino que la república tuvo que transitar no por pocos años, sino por décadas, en medio de sin sabores y grandes quebrantos. Bien sabido es, y documentado está, que el conflicto tuvo su origen en una disputa con los empresarios petroleros que se resistieron a pagar un anticipo sobre regalías por la extracción de hidrocarburos. El proceso de huelga, y hasta la expedición de la Ley de Expropiación, claramente formaron parte de un tinglado bien calculado desde el interior del gobierno para cobrarse la afrenta. El hacerse de los activos de una empresa, para paliar abusos laborales, no parece ser la ruta que se siga en los estados de derecho, sin embargo, en medio del frenesí nacionalista, se apoyó incondicionalmente un remedio impropio a remediar el mal. Hoy, con el dinero de todos, se pagan abusos laborales, pero ahora en injustificado favor de una casta dorada. Antes del encontronazo, Cárdenas perseguía acopiar recursos para emprender un proyecto carretero, dado que se resultaba pieza clave en su programa de modernización del sector agrario, ello, dado que pretendía acelerar la llegada de los productos del campo a las ciudades. Buenas noticias, pensó, eran urgentes, para justificar el intensivo reparto de lo que no salió de las arcas públicas. El entonces Secretario de Hacienda le mostró finanzas públicas magras y un desprestigio internacional en los mercados que hacían difícil la colocación de deuda pública. Siendo así, los recursos provenientes de la explotación petrolera se mostraban como la única alternativa en el corto plazo. Tras el decretazo, la deuda pública empeoró su situación, y los pocos recursos nacionales existentes se destinaron a tratar de operar una industria desconocida para la burocracia. Inesperadamente, la guerra mundial vino a paliar los efectos de la decisión. La estratégica posición de nuestro país, para la potencia en ascenso, nos permitió salir adelante. En tanto, lo demagógicamente acopiado como aportaciones provenientes del pueblo bueno, por supuesto, no fue, ni por asomo, relevante para el pago de la indemnización, estuvimos en grave riesgo. Sin el conflicto bélico mundial, México habría afrontado una situación de grave quebranto de muy difícil superación. En 1940, el nuevo gobierno jamás, en su sano juicio, hubiera encargado a Cárdenas el manejo de la industria petrolera, lo acuarteló rápidamente sujetándolo a un afectuoso control político. A la distancia, hay quienes asumen que se trataba de un visionario del sector, y peor, que, por una pirueta genética, su junior sería el legatario de tan importante acervo de conocimientos. Para todos es claro que la trayectoria del Cárdenas Solorzano hace patente que tal asunción gratuita no es sino un mito más de la picaresca nacional. Fueron cinco presidentes los que tuvieron que sortear las consecuencias de una decisión precipitada y mal instrumentada, para la cual, el sector público mexicano no estaba preparado. Así es, la industria petrolera sobrevivió al bloqueo internacional gracias a que diversos operadores del Tercer Reich encontraron la forma de que el petróleo mexicano pusiera en movimiento a la maquinaria bélica y submarinos alemanes al inicio de la segunda guerra mundial. De lo contrario, el tamaño de la crisis nos hubiera vuelto a colocar en el conflicto social. Si bien es cierto los intereses del gobierno estadunidense para sacar a las empresas europeas encontró en Cárdenas el medio útil para iniciar el proceso para hacerse del control del energético, es claro que no anticiparon que, durante algunos años, la jugada terminó por beneficiar el proyecto expansionista alemán. Fue hasta que, con Ávila Camacho, México se alineó a los intereses de gobierno americano, que arrancó la vacilante operación de Petróleos Mexicanos, el cual, durante muchos años, construyó, surtió y enriqueció la reserva estratégica de nuestro vecino del norte. Las grandes empresas de aquella nación fueron las primeras en gozar de las mieles del bloqueo, y, después, el sector financiero de más allá del Bravo ha sabido lucrar exitosamente con los gravosos pagos que hace Pemex, en concepto de intereses. Hoy, con la operación de éste sólo allá ganan. El Siglo XX dejó claro que el control del sector no involucra la directa propiedad del energético, sino una estructura de dependencia que asegura al propietario de la tecnología llevarse la tajada grande. Aquí, a contrapelo del mundo, se construyó la más costosa refinería en la historia del orbe, produciendo jugosos negocios para los propietarios de la obsoleta tecnología, quienes ya pensaban que sus productos eran cosa del pasado. El tabasqueño cometió el mismo error que sus antecesores, se regodeó y zambulló en la materia prima, y poco, o nada, hizo en favor el avance tecnológico, ocurrió una severa desinversión en el Instituto Mexicano de Petróleo. Dos Bocas es, tecnológicamente, una torre de Babel.
Fue un brevísimo lapso en el que la petrolera dio pie a pensar que tendríamos que administrar la riqueza, para después caer estrepitosamente. Años después, producto de la bien analizada estacionalidad de la industria, tuvimos excedentes derivados de la comercialización del petróleo, pero desde hace ya más de 15 años no han sido sino sinsabores procedentes de la más opaca y endeudada petrolera a nivel mundial. Bueno, es claro que ninguno de los puestos ocupados por quien ostenta un título de ingeniero, da para concederle el gozar de expertise en el campo petrolero. Claro, como hijo del expropiador, en el festejo del extremo acto de autoritarismo estatal, por supuesto tiene bien ganado su lugar, pero buscar su apoyo como orientación del nuevo modelo del sector en nuestro país, no puede ser sino un grave error. A quienes vivieron el trascendental evento en el 38 les quedó claro el papel del michoacano, y así, no confundieron su rol, por lo que, ni por asomo, le hicieron guía de la industria. Sin embargo, la candidata del oficialismo se entrega al ciego historicismo propio del más rancio y acendrado priismo. En vísperas de superar al litio como opción de largo plazo, su movimiento apenas está armando un nuevo esperpento energético que replique los fracasos de Pemex, sin que en su narrativa se vislumbre la decisión y táctica propia de una persona dedicada a la ciencia. Será hasta que le pasen la partida presupuestaria del agonizante monopolio nacido en el siglo pasado, que caerá en cuenta de que, ni teniendo sobrantes, se justifica seguir dilapidando los escasos recursos públicos en una empresa que se haya en estado de liquidación, pendiente de declarar. Es cierto, carece de expertos con acreditada reputación en el sector que le acompañen. La petrolera chatarra se encuentra en terapia intensiva, y las erogaciones hechas ahí cada día tienen más tufo de quebrantos, que de inversiones. Los lapsus linguis que le persiguen pasan, pero lo que no pasará es que trate de llevar a las finanzas públicas hacia el despeñadero. ____ Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión
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Si bien es cierto puede concitar el irreflexivo apoyo de ciertos segmentos de la población, el apoyo de Cuauhtémoc Cárdenas al plan que propone Sheinbaum en materia de energía resulta preocupante. Sí, prende focos ámbar en el sector. El discurso es peligrosamente contradictorio y acusa ambivalencias que denotan un sesgo ideológico que pone en tela de juicio, ante la comunidad internacional, la credibilidad del gobierno mexicano en materia de transición energética.
Despojados de un vano e inútil patrioterismo, para quien someramente conozca los eventos ocurridos en marzo de 1938, es claro que Lázaro Cárdenas pudo haber sido experto en muchos temas, pero sin duda, no lo era en materia de industria petrolera, ni mucho menos, en lo que ahora se conoce como el sector energía. Se trata de un general que, por representar a la nueva generación de militares, fue apoyado por Plutarco Elías Calles, quien, equivocadamente, pensó podría continuar el proyecto político del sonorense. Por supuesto, carecía de formación empresarial e industrial. Su desconocimiento sobre la prospectiva del sector petrolero determinó el azaroso camino que la república tuvo que transitar no por pocos años, sino por décadas, en medio de sin sabores y grandes quebrantos. Bien sabido es, y documentado está, que el conflicto tuvo su origen en una disputa con los empresarios petroleros que se resistieron a pagar un anticipo sobre regalías por la extracción de hidrocarburos. El proceso de huelga, y hasta la expedición de la Ley de Expropiación, claramente formaron parte de un tinglado bien calculado desde el interior del gobierno para cobrarse la afrenta. El hacerse de los activos de una empresa, para paliar abusos laborales, no parece ser la ruta que se siga en los estados de derecho, sin embargo, en medio del frenesí nacionalista, se apoyó incondicionalmente un remedio impropio a remediar el mal. Hoy, con el dinero de todos, se pagan abusos laborales, pero ahora en injustificado favor de una casta dorada. Antes del encontronazo, Cárdenas perseguía acopiar recursos para emprender un proyecto carretero, dado que se resultaba pieza clave en su programa de modernización del sector agrario, ello, dado que pretendía acelerar la llegada de los productos del campo a las ciudades. Buenas noticias, pensó, eran urgentes, para justificar el intensivo reparto de lo que no salió de las arcas públicas. El entonces Secretario de Hacienda le mostró finanzas públicas magras y un desprestigio internacional en los mercados que hacían difícil la colocación de deuda pública. Siendo así, los recursos provenientes de la explotación petrolera se mostraban como la única alternativa en el corto plazo. Tras el decretazo, la deuda pública empeoró su situación, y los pocos recursos nacionales existentes se destinaron a tratar de operar una industria desconocida para la burocracia. Inesperadamente, la guerra mundial vino a paliar los efectos de la decisión. La estratégica posición de nuestro país, para la potencia en ascenso, nos permitió salir adelante. En tanto, lo demagógicamente acopiado como aportaciones provenientes del pueblo bueno, por supuesto, no fue, ni por asomo, relevante para el pago de la indemnización, estuvimos en grave riesgo. Sin el conflicto bélico mundial, México habría afrontado una situación de grave quebranto de muy difícil superación. En 1940, el nuevo gobierno jamás, en su sano juicio, hubiera encargado a Cárdenas el manejo de la industria petrolera, lo acuarteló rápidamente sujetándolo a un afectuoso control político. A la distancia, hay quienes asumen que se trataba de un visionario del sector, y peor, que, por una pirueta genética, su junior sería el legatario de tan importante acervo de conocimientos. Para todos es claro que la trayectoria del Cárdenas Solorzano hace patente que tal asunción gratuita no es sino un mito más de la picaresca nacional. Fueron cinco presidentes los que tuvieron que sortear las consecuencias de una decisión precipitada y mal instrumentada, para la cual, el sector público mexicano no estaba preparado. Así es, la industria petrolera sobrevivió al bloqueo internacional gracias a que diversos operadores del Tercer Reich encontraron la forma de que el petróleo mexicano pusiera en movimiento a la maquinaria bélica y submarinos alemanes al inicio de la segunda guerra mundial. De lo contrario, el tamaño de la crisis nos hubiera vuelto a colocar en el conflicto social. Si bien es cierto los intereses del gobierno estadunidense para sacar a las empresas europeas encontró en Cárdenas el medio útil para iniciar el proceso para hacerse del control del energético, es claro que no anticiparon que, durante algunos años, la jugada terminó por beneficiar el proyecto expansionista alemán. Fue hasta que, con Ávila Camacho, México se alineó a los intereses de gobierno americano, que arrancó la vacilante operación de Petróleos Mexicanos, el cual, durante muchos años, construyó, surtió y enriqueció la reserva estratégica de nuestro vecino del norte. Las grandes empresas de aquella nación fueron las primeras en gozar de las mieles del bloqueo, y, después, el sector financiero de más allá del Bravo ha sabido lucrar exitosamente con los gravosos pagos que hace Pemex, en concepto de intereses. Hoy, con la operación de éste sólo allá ganan. El Siglo XX dejó claro que el control del sector no involucra la directa propiedad del energético, sino una estructura de dependencia que asegura al propietario de la tecnología llevarse la tajada grande. Aquí, a contrapelo del mundo, se construyó la más costosa refinería en la historia del orbe, produciendo jugosos negocios para los propietarios de la obsoleta tecnología, quienes ya pensaban que sus productos eran cosa del pasado. El tabasqueño cometió el mismo error que sus antecesores, se regodeó y zambulló en la materia prima, y poco, o nada, hizo en favor el avance tecnológico, ocurrió una severa desinversión en el Instituto Mexicano de Petróleo. Dos Bocas es, tecnológicamente, una torre de Babel.
Fue un brevísimo lapso en el que la petrolera dio pie a pensar que tendríamos que administrar la riqueza, para después caer estrepitosamente. Años después, producto de la bien analizada estacionalidad de la industria, tuvimos excedentes derivados de la comercialización del petróleo, pero desde hace ya más de 15 años no han sido sino sinsabores procedentes de la más opaca y endeudada petrolera a nivel mundial. Bueno, es claro que ninguno de los puestos ocupados por quien ostenta un título de ingeniero, da para concederle el gozar de expertise en el campo petrolero. Claro, como hijo del expropiador, en el festejo del extremo acto de autoritarismo estatal, por supuesto tiene bien ganado su lugar, pero buscar su apoyo como orientación del nuevo modelo del sector en nuestro país, no puede ser sino un grave error. A quienes vivieron el trascendental evento en el 38 les quedó claro el papel del michoacano, y así, no confundieron su rol, por lo que, ni por asomo, le hicieron guía de la industria. Sin embargo, la candidata del oficialismo se entrega al ciego historicismo propio del más rancio y acendrado priismo. En vísperas de superar al litio como opción de largo plazo, su movimiento apenas está armando un nuevo esperpento energético que replique los fracasos de Pemex, sin que en su narrativa se vislumbre la decisión y táctica propia de una persona dedicada a la ciencia. Será hasta que le pasen la partida presupuestaria del agonizante monopolio nacido en el siglo pasado, que caerá en cuenta de que, ni teniendo sobrantes, se justifica seguir dilapidando los escasos recursos públicos en una empresa que se haya en estado de liquidación, pendiente de declarar. Es cierto, carece de expertos con acreditada reputación en el sector que le acompañen. La petrolera chatarra se encuentra en terapia intensiva, y las erogaciones hechas ahí cada día tienen más tufo de quebrantos, que de inversiones. Los lapsus linguis que le persiguen pasan, pero lo que no pasará es que trate de llevar a las finanzas públicas hacia el despeñadero. ____ Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión
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